Siempre había querido hacer un viaje de mejores amigas con… Por
supuesto: mi mejor amiga. Cristina era como mi hermana, mi alma gemela desde
hacía casi 15 años. Así que decidimos que para conmemorarlo teníamos que hacer un
viaje juntas de aventureras (aventureras para facebook, claro está, porque
reservamos un hotel de 4 estrellas).
¿Alguna vez habéis escuchado la frase “las visitas son como
el pescado: al tercer día apestan”? Pues esto fue como irme de viaje con el
pescado. Dormir en el mismo cuarto que el pescado, ir a comer únicamente donde
el pescado quería, y tener que esperar que el pescado se maquillara al estilo
Kardashian cada vez que salíamos.
Cris es mi mejor amiga así que yo ya sabía que era
impuntual, caprichosa, y que jamás de los jamases salía sin maquillaje. Sin
embargo, creo que no estaba preparada para vivirlo 24 horas al día, durante todo
un fin de semana.
Los problemas vendrían con las benditas fotos. Ya en el tren
hacia Valencia, Cris me mostró como veinte imágenes que quería recrear. Yo, tan
inocente, no vi ningún inconveniente, porque, a decir verdad, que lance la
primera piedra quien no ha pedido una foto así y asá, con flash y sin flash, y de
pronto montar una sesión improvisada en plena vía pública.
Para los chicos que están leyendo esto y se sienten un poco
perdidos; debo explicar lo que es una regla tácita de la amistad entre mujeres:
tenemos el deber sagrado de tomar a nuestras amigas tantas fotos como sean
requeridas para que luego puedan elegir la mejor. Es más, tomad buena nota,
porque esta norma se aplica también a los novios.
Llegamos a Valencia justo a la hora de la cena, así que
decidimos dejar las cosas en la habitación y buscar un lugar para comer. ¡Madre
mía lo que tardamos! No quiero exagerar, pero juro que ese día cené casi a la
una de la mañana. Cris estuvo como media hora tratando de conectarse al wifi, y
cuando lo consiguió se puso a chatear y compartir en TODAS sus redes sociales
el viaje…que ni había empezado. Literal, solo habíamos llegado. Cuando
finalmente dejó el móvil, aún tardó casi una hora en cambiarse de ropa y
maquillarse.
Si por mí fuera, hubiera comido en el KFC del hambre que
tenía, pero Cris eligió el lugar según un criterio muy interesante: su popularidad
en Instagram. Es verdad que todo tenía muy buena pinta, pero no era
precisamente el restaurante más cercano al hotel. Y obviamente, sin tener
reserva, tuvimos que esperar un rato hasta que nos dieron mesa. Cuando
finalmente trajeron la comida, yo estaba preparada para atacar al estilo del
tiranosaurio de Parque Jurásico, pero Cristina me detuvo para: selfie, selfie,
selfie. Una con la mesa, otra con la comida en la mano, una más en modo
panorámico.
Aproveché un momento de distracción y en medio segundo ya
había mordido mi hamburguesa.
—Tía, ¿Qué haces? Aún no le había hecho foto a tu plato —dijo
Cris, visiblemente malhumorada.
—Perdón, es que me moría de hambre —contesté, mientras se me
salían trozos de pepinillo de la boca.
Podría haber pensado que Cris se había enfadado conmigo,
pues no hablamos ni una sola palabra durante toda la comida, pero la
explicación era que estuvo inmersa en el teléfono cada minuto. Por un momento
tuve mis dudas, pero cuando me preguntó qué foto me gustaba más, entendí que
tanta introspección se debía al clásico debate interno de qué filtro poner en Instagram.
A la mañana siguiente teníamos la visita al Oceanogràfic.
Tardó horas en salir del baño, y cuando entré todo el suelo estaba mojado. ¿Es
que esta chica no usa toallas? En fin, me cambié lo más rápido que pude y
salimos tan pronto estuvimos listas. Ese día lo teníamos a tope: Acuario por la
mañana, playa por la tarde y una fiesta de los amigos de Cris en la noche.
El paseo fue increíble. No tanto para Cristina, porque con los
taconazos que llevaba le costó caminar. Vimos de todo, y nos divertimos un montón,
pero la paz no duraría... El pescado atacaría de nuevo.
Por la tarde nos fuimos a la playa, la cual, por cierto, yo
no había visto en ¡un año entero! Apenas habíamos tocado la arena, me muestra
la primera foto que quería. La típica imagen de una modelo con gafas de sol, en
un atardecer precioso, tomada por Mario Testino. Bueno yo quiero mucho a mi
amiga, pero ni Cristina es una modelo, ni yo soy Mario Testino. Y por si fuera
poco en Valencia el sol no cae sobre el mar.
A pesar de que yo me moría por darme un baño, hice caso a la
regla de la amistad, por lo que empezó la sesión de fotos. Primero fue divertido,
pero tras veinte tomas, la cosa se empezó a poner personal, y me empezó a
culpar a mí de que no saliera bien, y a decir que no tenía idea de lo que era
crear una foto con concepto. Bueno le dije que yo no tenía la culpa de que no
fuera fotogénica. Me enfadé y me fui. Sí, ya sé, quizá mi reacción fue algo
exagerada, pero estaba realmente molesta.
Estuve el resto del día sola, pensando que ya no le hablaría
nunca más. Cuando regresé al hotel, abrí la puerta y ella estaba ahí.
—Pensé que ibas a la fiesta, seguro que allí puedes
encontrar un fotógrafo —dije secamente.
—No quiero ir sin mi mejor amiga. Este era un viaje de las dos,
y como siempre lo transformé en algo mío —respondió apenada.
No voy a mentir, una parte de mí seguía enfadada, pero otra más grande se conmovió y aceptó sus disculpas. Y esta es otra inexplicable regla básica de la amistad: siempre vas a perdonar a tu mejor amiga. Nos abrazamos y nos fuimos de fiesta…pero esta vez sin teléfonos móviles.
Fue la mejor noche de
nuestras vidas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario